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miércoles, 31 de octubre de 2012

Crisis de misiles


Algunos aspectos ocultos del arreglo de la crisis del Caribe


John Kennedy y Nikita Jruschov


Hace 50 años, después de que el mundo estuviera durante una semana más cerca que nunca de una guerra nuclear, el líder soviético Nikita Jruschov y su homólogo estadounidense, John Kennedy, intercambiaron mensajes y la crisis de los misiles se acabó. Es un hecho por todos conocido. Pero nadie menciona que ambas potencias tan sólo apartaron la amenaza directa de intercambio de golpes nucleares en todo momento, pero no la erradicaron. Se debe centrar la atención en que en aquel momento las partes acordaron iniciar el diálogo. Imaginemos qué habría pasado en caso de que éste hubiera fracasado. Las negociaciones continuaron en el territorio de EEUU hasta enero de 1963. Y sólo después de esta fecha acabó la crisis del Caribe.
Expertos y aficionados
Se suele decir en broma que los aficionados construyeron el Arca de Noé y los expertos el ‘Titanic’. En otoño de 1962, fueron los diletantes, sobre todo Nikita Jruschov, los que provocaron la crisis de los misiles. Y se recurrió a la ayuda de un experto -el diplomático Vasili Kuznetsov, que en aquella época ocupaba el cargo de primer viceministro de Asuntos Exteriores- para resolver la situación.
El 27 de octubre de 1962 por la tarde, Kuznetsov y tres personas más se prepararon para su viaje a EEUU.
Jruschov, que ordenó desplegar en el territorio de Cuba misiles nucleares capaces de alcanzar EEUU en respuesta al despliegue de misiles estadounidenses en Turquía, conocía bien a Kuznetsov. En febrero de 1957, Jruschov decidió destituir al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Dmitri Shepílov, porque éste se convirtió en la “cara conocida" muy atractiva para todo el mundo. Entonces fue necesario encontrar a un nuevo ministro.
En aquel momento, Jruschov consideraba que él mismo debería ser estrella de la política exterior de la URSS, lo que conllevó su destitución dos años después de la crisis del Caribe y causó la crisis alimentaria en el país.
Jruschov se vio obligado a preguntar oficialmente a Shepílov a quién aconsejaría nombrar para el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Éste respondió del modo siguiente: “Tengo dos adjuntos. Vasili Kuznetsov es genial y capaz de hacerlo todo (el homólogo británico de Kuznetsov, lord Caradon, y muchos otros también le consideraban como un “diplomático mago”). El otro, Andrei Gromiko no es genial, pero si se le encarga algo lo hará cueste lo que cueste sin desviarse de las instrucciones.
Estas características determinaron el destino de Kuznetsov y de Gromiko.
¿Por qué Andrei Gromiko, que en 1962 ocupaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores, no fue a EEUU? La cuestión no era fácil. La vida de toda la humanidad estaba en juego. Resulta que en aquel momento, tanto Gromiko como el embajador soviético ante la ONU, Valentín Zorin, declararon en público que la URSS no tenía misiles desplegados en Cuba.
Todos entendían que ambos cumplían las instrucciones del líder soviético, pero los diplomáticos que se encuentran en una situación tan delicada suelen mantener cierta distancia y no participar en las negociaciones (por eso Zorin fue retirado de la ONU en enero). Así las cosas, tuvo que salvar el mundo Kuznetsov, el primer viceministro de Asuntos Exteriores que recibió el título de Máster en metalurgia en el Instituto Carnegie de EEUU, donde estudió en 1930 y 1931.
Una semana sin salir a la calle
Kuznetsov no solía hablar sobre las negociaciones en EEUU, que continuaron durante dos meses y medio. En la época del gobierno de Nikita Jruschov y Leonid Brézhnev, los ciudadanos soviéticos preferirían atraer la menor atención posible.
La participación de Kuznetsov en aquellas negociaciones habría podido pasar al olvido si su adjunto, el diplomático ruso Borís Poklad, no hubiera publicado sus memorias en 2008. Poklad fue uno de los tres diplomáticos que acompañaban a Kuznetsov en su viaje a EEUU.
Según cuenta Poklad en su libro, al llegar a EEUU el 28 de octubre de 1962 la delegación soviética leyó los periódicos estadounidenses y entendió que Washington rechazaba las propuestas de la URSS y se preparaba la intervención en Cuba en varios días.
Aquel mismo día salió a la luz pública la declaración del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, que planteó ante Kennedy cinco exigencias sin el cumplimiento de las cuales -aunque parcial en algunos casos- no se habría logrado encontrar fórmulas de compromiso ni realizar acuerdos entre EEUU y la URSS.
Jruschov tomó la decisión sobre la retirada de las ojivas nucleares recién desplegadas en Cuba sin recibir el visto bueno de Castro, que quedó en una situación vulnerable. Parece que casi la mitad de las negociaciones sostenidas por Kuznetsov en Nueva York estuvo dedicada a las garantías de seguridad de Cuba por parte de EEUU, que ya habían sido acordadas en los mensajes de Jruschov y Kennedy.
La administración presidencial estadounidense no se apresuró a confirmar sus compromisos supuestamente adquiridos sino que exigió comprobar la retirada de las ojivas nucleares soviéticas de Cuba mediante el envío de inspectores a la isla. Posteriormente, se abordó la posibilidad de sobrevolar Cuba con aviones de reconocimiento. Castro declaró que los abatiría.
Boris Poklad recuerda en sus memorias que pasó una semana desde su llegada a Nueva York hasta que pudo por primera vez salir a la calle. Kuznetzov salía de la sede de la misión diplomática de la URSS ante la ONU, pero no para pasear. Sostenía negociaciones continuas con los diplomáticos estadounidenses, Adlai Stevenson y John McCloy; y también con el secretario general de la ONU, Maha Thray Sithu U Thant.
Al mismo tiempo, el embajador de la URSS, Anatoli Dobrinin, mantenía contactos con el fiscal general, Robert Kennedy, hermano del presidente de EEUU, mientras que uno de los dirigentes soviéticos, Anastás Mikoyán, trataba de encontrar una fórmula de compromiso con Fidel Castro.
Nunca fue fácil mantener negociaciones con EEUU. En un momento determinado Washington hizo un intento de excluir una de las cartas de Jruschov, del 27 de octubre, de la lista de referencias citadas en el documento final.
Esto quería decir que EEUU podría ningunear algunas de las propuestas formuladas en esta carta. Pero en realidad, Washington dio su visto bueno a todas aquellos puntos que ponían fin a la crisis de los misiles: la URSS retira armas nucleares del territorio de Cuba, EEUU las retira del territorio de Turquía y da garantías de seguridad a Cuba.
Kennedy respondió que estaba de acuerdo con aquellas propuestas, pero si la carta de Jruschov no se hubiera citado habría sido difícil adivinar con lo que estaba de acuerdo el presidente estadounidense.
EEUU hizo un intento de renunciar a lo acordado en un momento de reducción de tensión internacional, cuando la URSS ya empezaba a retirar misiles y ojivas nucleares de Cuba. En aquel momento, la compañía de ballet del Teatro Bolshoi, incluida la célebre bailarina soviética Maya Plisétskaya, actuaba en Nueva York. La vida mejoraba y alguien pudo pensar en realidad que la crisis había acabado, pero los diplomáticos entendían muy bien en qué situación se encontraban ellos y el mundo entero.
Finalmente la crisis del Caribe sí que acabó en enero de 1963. Kuznetsov volvió a encontrar una fórmula de compromiso supuestamente conseguido el 27 de octubre de 1962. EEUU retiró sus misiles de Turquía, pero parece que la misión de Kuznetsov dio mayores beneficios a Cuba: EEUU levantó el bloqueo de la isla el 21 de noviembre de 1962.
Desde aquel momento no se lanzaron ofensivas contra Cuba similares a las que se habían preparado y realizado antes de la crisis de los misiles. Se logró avanzar sin la inspección del territorio cubano por los expertos estadounidenses. Pero incluso el genial diplomático no pudo salvar a la URSS de un trámite humillante. Los buques soviéticos que retiraban misiles a la URSS tuvieron que pararse en mar y mostrar su carga a los estadounidenses.
Esto no se menciona en las memorias Poklad, posiblemente porque esto fue evidente para el autor. Por otro lado, las negociaciones llevadas a cabo en Nueva York abrieron una nueva etapa en las relaciones entre Moscú y Washington, que desde aquel momento adquirieron la experiencia de sostener un diálogo largo a nivel de expertos al término del cual las partes asumían los compromisos, que cumplirían estrictamente.
En 1977, en la época de gobierno de Leonid Brézhnev, Vasili Kuznetsov fue nombrado primer vicepresidente del Soviet Supremo (parlamento) de la URSS. Se convirtió así en el vicejefe de Estado. Fue conocido, ante todo, como la persona que entregaba un gran número de galardones en el Kremlin.
Además, Kuznetsov asumió tres veces el cargo de Jefe de Estado interino: entre la muerte de Brézhnev y la elección de Andrópov para el cargo de presidente del Soviet Supremo de la URSS, entre la muerte de Andrópov y la elección de Chernenko, y después de la muerte de Chernenko. Parece que Kuznetsov tuvo una carrera estupenda, ya que no hay cargos más altos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON CON LA DE RIA NOVOSTI


La crisis de los misiles, mi primer drama personal



La crisis de los misiles, mi primer drama personal

Yo lloraba al separarme de la muñeca sin saber que 100 millones de personas estaban a un paso de la muerte aquel día.
La crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962 se convirtió, por extraño que pueda parecer, en mi primer drama personal. Tenía tres años y medio y tuve que afrontar por primera vez en la vida una situación bastante dura para una niña. “Tenemos que irnos urgentemente, solo te podrás llevar un juguete”, dijo mi madre con una voz firme. Mi padre, que solía convertirlo todo en broma, tampoco explicó nada, dijo solamente que tenía que ir a trabajar, puso una pistola sin funda en el bolsillo y se marchó.
No sé exactamente qué día era. Tal vez el 22 de octubre, cuando el presidente estadounidense John Kennedy se dirigió a la nación proponiendo establecer un bloqueo militar de Cuba. Durante su discurso televisado dijo que cualquier ataque nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación en el hemisferio occidental sería considerado como un ataque de la URSS contra EEUU, con todas las consecuencias. “La confrontación entre la Unión Soviética y Estados Unidos ha llegado a su punto crítico” escribía el diario The New York Times el 23 de octubre de 1962. “No cabe duda que el señor Kennedy, que hoy ha encontrado tiempo para nadar en la piscina, es el inquilino de la Casa Blanca más impasible... Mientras, la noticia ha provocado una venta masiva de acciones en Wall Street”.
O tal vez fuera el 24 de octubre, cuando Nikita Jruschov, el entonces líder soviético, envió a la Casa Blanca un telegrama diciendo que la URSS veía el bloqueo como una agresión.
Mientras tanto, los buques soviéticos se dirigían a Cuba. Mis hermanas mayores cantaban una canción sobre la pequeña Panchina que bailaba samba. El estribillo decía: “Cuba ¡sí! yanquis ¡no!” Yo no entendía el estribillo pero cantaba junto a mis hermanas.
Sin embargo, en seguida comprendí que las lágrimas no servirían de nada y fui a despedirme de mis juguetes. Me despedí de mi primera muñeca con el pelo “de verdad”, del perrito de peluche, del mono y un sin fin de muñequitos a los que habíamos fabricado muebles con las cajas vacías de cerillas.
El reloj de cuerda y el caballito mecánico también se quedaron en nuestro piso de Minsk (Bielorrusia), solo me podía llevar un juguete aunque todos ellos para mí estaban vivos, eran amigos. Mi corazón se hacía pedazos sólo de pensar que tenía que abandonarlos a su suerte ante una amenaza desconocida. Elegí al perrito. A la mañana siguiente  mi madre anunció que nos quedábamos.
“Seguramente fue el 25 de octubre”, está convencido Jim, mi amigo estadounidense. Mientras yo me despedía de mis juguetes, él y sus compañeros del equipo de albañiles esperaban en Nueva York un ataque nuclear, al igual que mis padres en el hemisferio opuesto.
Recuerda que el plazo del ultimátum de Kennedy, que anunció que si Jruschov no ponía fin a la amenaza de los misiles un ataque de EEUU contra Cuba sería plausible, expiraba aquel día a las once de la mañana. Todos los que trabajaban en la construcción del edificio en la Sexta Avenida con la calle 50, en el mismo corazón de Manhattan, salieron a la calle y se sentaron en los bordillos de la acera. Tomaban cerveza y se gastaban bromas lúgubres: “No te preocupes, Billy, yo cuidaré de tu mujer”, “manda un telegrama a tu tía de Alaska, que venga a recoger nuestros huesos tras el ataque”. Miraban el reloj cada dos por tres.
Empezó a salir más gente a la calle, empleados de las oficinas y de los hoteles. Parecía que el tiempo se había detenido. De repente en la pantalla que colgaba en la fachada de la oficina de la cadena de televisión CBS se pudo leer la noticia: “Los buques soviéticos dieron media vuelta”. Y todos gritaron de alegría.
Aquel día la URSS transmitió a 14 barcos que se dirigían hacia las costas cubanas la orden de interrumpir la travesía. No obstante, el presidente Kennedy autorizó por el memorando secreto 199 cargar armas nucleares en los aviones bajo el mando de Supremo Comandante Aliado en Europa para un eventual ataque contra la URSS.
“La defensa antiaérea no dejará que llegue hasta Moscú”, pensaban mis padres, “pero hasta Minsk podrán llegar perfectamente”. “En la 22ª hora del ultimátum el Pentágono informó que unos 60 millones de personas podrán refugiarse en 112.000 refugios... Muchos ciudadanos hacen reservas de agua, conservas y otros víveres”, leo en The New York Times del viernes 26 de octubre.
La crisis de los misiles dejó rastro en la vida de mi familia. Mi madre dijo que necesitábamos contar con un sitio seguro por si empezaba la guerra nuclear. Fue así que construimos una casita de madera en medio del bosque a unos 100 kilómetros de Minsk. Mi madre decía que la madera absorbe la radiación. La casita tenía dos salidas, una normal, por la puerta, y la otra por un pasadizo subterráneo que desembocaba en el bosque.
“¿Una casita en el bosque?”,  se ríen mis amigos estadounidenses. “Muchos neoyorquinos entonces se trasladaron al norte del estado donde construyeron unos búnkers de hormigón armado por si estallaba la guerra nuclear. Por aquella época se produjo un boom de construcción de refugios personales equipados con generadores de energía eléctrica y sistemas de depuración de agua”, cuenta Jim. Los soviéticos no podíamos ni soñar con tal lujo...
“Frente a la Casa Blanca se celebra un mitin tras otro, unos manifestantes llaman a tomar duras medidas contra Cuba, otros exigen salvaguardar la paz a cualquier precio”, leo en The New York Times. Mi amigo Jim confiesa que él, al igual que sus compañeros, estaban sobresaltados: los misiles soviéticos se encontraban a 130 kilómetros de la frontera de EEUU.
Está bien que la crisis de los misiles sirviera de lección también para los políticos. En este momento se creó el llamado teléfono rojo, línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin, con el fin de agilizar las conversaciones entre ambas potencias durante períodos de crisis. Los líderes de la URSS y EEUU finalmente se dieron cuenta de que tenían que aguantar la presencia del otro en el planeta y dialogar de alguna manera.
Ahora yo, una rusa, estoy riéndome con mis amigos estadounidenses en Nueva York y me piden que vuelva a contar cómo mis padres me tenían prohibido recoger objetos brillantes y bonitos del suelo, pensando que podían ser artefactos explosivos mandados por los estadounidenses. Y cómo mis padres escuchaban en secreto la emisora ‘La Voz de América’ y me pedían no contarlo a nadie. Y yo, una niña, guardé el secreto familiar hasta su muerte...
Explico a mis amigos que en mi infancia a los estadounidenses les solían representar como unos señores gordos con sombrero de copa y una bomba atómica en la mano. Ellos me cuentan que a los soviéticos en EEUU representaban como unos osos también con la bomba atómica. Ahora parece extraño que hace 50 años estábamos dispuestos a matarnos. ¿O es que es una simple casualidad que no hubiéramos llegado a hacerlo?
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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